Para todo el que lo haya conocido, hay un singular Mario Silva García.
Este, el mío y en parte.
1964.- En el primer encuentro pensando desde la experiencia recuerdo
haber incursionado en el tema del pecado. Nada más familiar
para tí. Dije: "el pecado es una ruptura del equilibrio
logrado... cuando uno ha pecado toda nuestra vida parece puesta
en cuestión. Y, la pena, lejos de hacernos retroceder nos
obliga a transformar por completo nuestra existencia". Y luego
de un silencio hablaste desde tu Kierkegaard: la inocencia es un
estado de ignorancia, el espíritu esta allí presente
pero como soñando, la nada, la angustia y la posibilidad
de la libertad: observe el carácter súbito casi inasible
de la pena, que se disuelve de inmediato en una sucesión
de instantes. Convinimos si todo pecado es original, sin embargo
podemos pensar que no hay origen, que todo comienzo es artificial
- arbitrario o fingido, que todo se lleva a cabo en la reanudación
de la construcción de nuestra persona, o de la constitución
del sujeto. La conversación se prolongó y se cerró
con una concisa sentencia de tu parte: "Me resulta tan extraño
que alguien a su edad sepa de la soledad" .Nada había
surgido del intercambio anecdótico de nuestras pequeñas
vidas privadas.
Ése pareció ser el axioma compartido de nuestros encuentros
iniciales y que atravesó desde entonces largos años
de afinidad: no acosar al otro con nuestras "intimidades",
contándole las nuestras, para recibir en devolución
las suyas, sino tener el gusto de ofrecer una palabra pensada, vivir
en buena inteligencia esos momentos compartidos, sabiendo que solamente
son buenas las relaciones que son "superficiales". Dije
axioma compartido, tal vez sea mejor decir "poética
de la profundidad". Este modo de vivir fue la franja donde
coincidimos instalarnos, siendo tuya la inesperada generosidad y
de mi parte la osadía de aceptarla sin reservas.
La gran soledad, sus temibles amparos (suicidio / locura), la pasión
atravesándolos laboriosamente. La gran dicha obstinadamente,
presidiéndolo todo desde el inicio.
Por entonces aislaste el elemento perturbador que en otros casos
se confunde con el resto y lleva a la autodestrucción total.
El trabajo de tu inteligencia te puso lentamente aparte de esa tentación.
En cuanto a la locura, por esa época, ya formaba parte de
tu encanto.
1965.- Asisto a la primera hora de tus lunes. Antes del intervalo,
cambia a mi lado el rostro de la "belleza" femenina; drástico
terminar con la anterior admisión seca ante las conclusiones
definitivas, comienzo de una historia nueva, aceptación del
cambio (síntomas todos de haber digerido lo que Eros nos
impone: componente en la vida que ni conviene ignorar, ni por él
perder la razón). Advirtiendo los movimientos de ajedrez
(jeux d´ échecs) tus palabras se volcaron en una frase
"es el deseo quien engendra el objeto deseado" y ¿cuándo
comienza algo? Y luego dos mitos platónicos - el del Fedro
y del Fedón- terminando esa primera hora con esta cita que
aun recuerdo: "Empantanado en mis límites me traiciono".
Al salir del aula y con esa fina destreza profesional con la que
se disfraza el entusiasmo dijiste "¡Muy bien, lo he visto
todo!" y fue entonces la sorprendente pregunta "¿Desearía
usted ser mi amigo?". ¿Qué había visto?
Una cierta salud : aceptar lo más difícil: el cambio
y llegar en el acto a la metamorfosis. Ahora la pregunta. La vanidad
del joven no repara en el espesor de ciertos términos: "ser
amigo" significaba entre otras cosas la supresión de
una distancia temporal entre experiencias existenciales diferentes,
un cierto ajuste de cuentas : la necesidad
de salir de la larva de la bohemia, para acostumbrarse a respetar
la dignidad del espíritu y adquirir los hábitos de
un aislamiento lleno de luchas no compartidas... aquel propósito
solo
podía venir de la combinación de los impulsos apasionados
con ese espíritu de rectitud profesional, combinación
que produjo ese pensador original llamado Mario Silva García.
Todo un "nettoyage" en ciernes: afecciones/ afectos/ amistad/
simpatía/ amor /crueldad, sed de ternura.
Y tu erótica-que daría lugar a extensos desarrollos
tenía cuatro claves que sólo menciono: conocimiento,
agotamiento de la precisión, rechazo de lo ya hecho o conocido,
deseo de los límites.
1966 - Curricularmente asisto a tus cursos, al margen de nuestras
conversaciones.
Contra la tentación "metafísica", toda una
familia de pensadores se iba sucediendo: Heráclito, Spinoza,
Nietzsche, Bergson Whitehead, "la diferencia ontológica"
de Heidegger, alternando con tu gusto por la poesía: Goethe,
S.George, Rilke. Un lenguaje para el devenir estaba en el transfondo
de tu exposición. Sugeriste para mi primer tesis: "El
Tiempo y la Eternidad", el peso y los pasos del tiempo frente
a la transmutación, el salto y la encarnación. Todo
contra el demasiado tarde de la decadencia y la pesadez, todo en
beneficio de aprovechar el Kairós (tu tema recurrente), el
momento favorable propio de la experiencia al que hay que darle
tiempo y capturarlo en el instante que acontece. Y así fue,
en un tiempo donde Hegel reinaba-
Conversación sobre tu artículo: "El misterio
del cuerpo": lo maravilloso, lo monstruoso, el hastío,
la vida de las cosas (tu Husserl era recordar frases enigmáticas
tales como: "las cosas elevan pretensiones de ser " y
no el de la vana exhibición de haber leído las Husserlianas),
la metamorfosis y el problema de la identidad - En otro lado hablabas
que "esa capacidad de decir no a la vida y a la realidad esta
en la base del suicidio y de la locura, dos humanidades trágicas
¿cómo ponerle límites a la ascesis que nos
enseña a despreciar lo carnal y la vida?" Este fue todo
tu problema, y te detenías en el freudiano instinto de muerte.
Allí mi observación: ¿por qué no haber
seguido hasta Leibniz, atendiendo a su grado cero de la percepción
-que no es lo no vivo- limitando la filosofía por la filosofía
misma? Ante esta objeción y las que en general te formulaban,
tu respuesta era una leve sonrisa como quien interiormente se encoge
de hombros, descartando toda controversia posible. La segunda objeción
fue: habiendote instalado en la frontera de lo animal, no detenerte
allí para crear desde ese mismo límite un lenguaje
que hablara por los animales. Te privabas de la fecundidad de tu
hallazgo mucho más tarde desarrollado por la filosofía
francesa. También fue allí que más tarde pusiste
un límite a la locura, con el sesgo lacaniano de ligarla
con la hegeliana ley del corazón o delirio de presunción.
1967 -Tentado a concursar por la titularidad como profesor de filosofía
en Secundaria, y disponiendo de 24 horas para preparar la segunda
Meditación de Descartes, como exposición práctica,
acudí a tu ayuda. Tu respuesta: un fardo de obras consagradas
por comentaristas que superaba la docena de volúmenes, y
que apenas entraba en mi automóvil. Era propiamente el fardo
de la conciencia.
Mientras tanto tus cursos trataban sobre la operación de
la imaginación que recibe de las "fuerzas" toda
su realización (decías que el peso de la soledad viene
de la fatiga de la imaginación) y era desde la tradición
kantiana que las formas simbólicas de Cassirer apoyaban la
salida donde los mitos entraban como una forma más. Y desde
el simbolismo un salto hacia las investigaciones más recientes
de Levi-Strauss: El Pensamiento Salvaje (ya habías escrito
en el '64 sobre Foucault). El estructuralismo, luego Lacan (1968).
Tus conferencias en que revelabas a un autor insospechado en los
círculos filosóficos. Con humildad me dijiste "es
solamente una cuestión de haber leído lo que otros
todavía no han hecho".
1968 / 1969 / 1970 / 1971 / 1972 ... Tiempos de turbulencia social
que no interrumpían tus cursos e incluso engrosaban de modo
a veces irrisorio tu auditorio. A otros, estos aires nos afectaron
de modo diverso. Cuando supiste de mi exilio inminente, no dejaste
de recomendarme estar lo más cerca posible de una buena biblioteca,
en buen romance, no perder nuestra verdadera familia: los libros.
Llevabas a Nietzsche en tu corazón de modo que estas líneas
si bien intempestivas no podrían parecerte inoportunas por
extensa que parezca la glosa. Entienda el que quiera. En ellas van
tu oficio de profesor, tu relación con el Estado, pero por
sobre todas las cosas la clave del Misterio de tus cursos anuales
de los lunes. "Sucede, ciertamente, que el Estado, en general,
tiene miedo de la filosofía y, justo siendo éste el
caso, hará lo posible por atraer hacia sí a todos
los filósofos que pueda, los cuales le confieren la apariencia
de tener la filosofía de su parte, ya que consigue que lo
apoyen quienes portan su enseñanza y, sin embargo, no tienen
nada de temibles. Mas si apareciera un hombre que hiciese realmente
ademán de querer acometerlo todo, incluso el Estado, con
el cuchillo de la verdad, entonces este último, puesto que
sobre todas las cosas busca afirmar su propia existencia, tiene
derecho a excluir de su lado a tal hombre y a tratarlo como su enemigo;
de la misma forma que excluye y trata como enemiga a una religión
que se considera por encima del Estado y quiera erigirse en su juez.
Así pues quien acepta ser filósofo por cuenta del
Estado, también tendrá que aceptar que éste
lo considere a él como alguien que ha renunciado a perseguir
la verdad hasta el último de los recovecos. Por lo menos,
mientras lo favorezcan y ocupe su cargo, tendrá que reconocer
que existe algo por encima de la verdad: el Estado. Pero no el Estado
a secas, sino al mismo tiempo todo aquello que favorece el bienestar
del Estado: por ejemplo, una determinada forma de religión,
de orden social, de organización militar; sobre cada una
de estas cosas está escrito nolime tangere. ¿Existió
alguna vez un filósofo de universidad que hubiera comprendido
claramente todos sus deberes y limitaciones? No lo sé. Si
hubo alguno que lo hizo y, a pesar de todo, continuó siendo
funcionario del Estado, se trató de un mal amigo de la verdad;
si no lo hizo nunca... entonces, también habré de
pensar que tampoco él fue un buen amigo de la verdad.
Este es el escrúpulo más general; pero como tal, y
ciertamente, para hombres como los de hoy, el más endeble
e indiferente. A la mayoría de ellos les bastará con
encoger los hombros y decir: "¡Cómo si alguna
vez se hubiera podido crear y consolidar algo más grande
y puro sobre esta tierra sin tener que hacer concesiones a la bajeza
humana! ¿Queréis acaso que el Estado persiga a los
filósofos en vez de que les asigne un sueldo y los tome a
su servicio?" Sin responder ahora a esta última pregunta,
sólo añado que hoy esas concesiones de la filosofía
al Estado van demasiado lejos. En primer lugar, es el Estado el
que elige a sus servidores filosóficos y, evidentemente tanto
como necesita para sus instituciones; en efecto, se reserva el derecho
de discernir entre buenos y malos filósofos, y aún
más, presupone que siempre habrá bastante de los buenos
para ocupar con ellos todas sus cátedras. No sólo,
pues, ejerce su autoridad en lo que se refiere a la bondad, sino
también en lo referente al número necesario de buenos
filósofos. En segundo lugar: el Estado obliga a aquellos
que ha elegido a permanecer en un lugar determinado, entre personas
determinadas y constreñido a realizar una actividad asimismo
determinada; se ven obligados a instruir a todos los jóvenes
estudiantes que sientan deseos de recibir instrucción, y
además a diario y en horas fijas. Pregunta: ¿puede
en conciencia un filósofo comprometerse a tener que enseñar
algo todos los días? ¿Y enseñarlo a cualquiera
que quiera ir a oirlo? ¿No tendrá, acaso, que aparentar
que sabe más de lo que sabe? ¿No se verá acaso
obligado a disertar ante un auditorio de desconocidos acerca de
cosas de las que sólo puede hablar sin peligro con sus amistades
más íntimas? Y, en general, ¿acaso no deberá
renunciar a la soberana libertad de seguir su genio cuando lo llama
y allí a donde lo llama al haberse comprometido a pensar
públicamente en cosas previamente establecidas dentro de
esas horas prefijadas? ¡Y todo esto ante una multitud de jovencitos!
Tal manera de pensar, ¿no está ya previamente desvirilizada?
¿Y qué sucedería si un buen día sintiera:
"hoy no puedo pensar, no se me ocurre nada adecuado",
y a pesar de ello tuviera que ocupar su puesto y aparentar que piensa?"
El Misterio de tus cursos de los lunes de Filosofía Teórica
radicaba en que nunca ese buen día llegó en más
de diez años en los que fui a acompañar el pensamiento
vivo que volcabas entre la limpieza de las palabras empleadas y
la coherencia con que luego reordenabas una marea de filosofemas,
que en más de uno hubiera quedado en la salida beata de la
digresión o en un rápido retorno hacia el socorrrido
apunte sobre la mesa, o peor , hacia el manojo de ideas adquiridas
aplicables en cualquier aprieto. Y puede inferirse que esto fue
siempre así. El hablar de tus clases fue algo siempre enriquecedor
y limpio, mejor que estar ante un libro abierto ya que con solo
entrar al salón era una bocanada de aire puro lo que entraba
contigo. Tal uno de los efectos de la gran soledad , alcanzaba con
estar acompañada para que hablaras más que nadie,
pero no de cualquier cosa, sino de lo que era preciso decir. Es
más, preparabas tus cursos anuales por entero, de antemano,
en lentas horas de verano donde el tema elegido era examinado con
la máxima probidad. Así recuerdo que un lunes empezaste
a desarrollar hasta el intervalo el tema a tratar anualmente, con
un entusiasmo enseñante poco visto, tal vez por tu proximidad
al asunto...no recuerdo ahora cuál era; en todo caso, en
el interín fuiste hasta la contigua oficina de la entonces
autoridad. Al volver comunicaste que debías realizar un curso
diferente, tenía vagamente que ver con la Cultura y la Sociedad.
Y trascartón, inalterable ante lo que nos pareció
algo injusto, bien por el contrario, neto y tajante entraste de
lleno en lo que de pronto "era preciso", casi como saboreando
la situación - tal vez porque te restituía el "gusto"
de la soledad, el sentido de la separación, el pathos de
la distancia que abre al espíritu hacia sus cauces más
singulares y profundos. El ejercicio de la metamorfosis. La política
universitaria , ya tan de moda, no obstruía ni tu incesante
laboriosidad ni el talento para seguir haciendo un privilegio el
tener por oficio tu propia pasión. Conservando el estilo,
la reserva, el recato, la aristocrática adiaphoria: al fin
de cuentas, tratabas con personas -de un lado y de otro- a quienes
nada tenías que pedir, sino a la inversa, que dar. Desde
el principio resultaba fácil advertir que sabías entonces
despreciar y conocías que te despreciaban; y esto no era
un asunto "de crónica o de historia". Era simplemente
una diferencia de actitudes frente a ¡las ideas fijas! Además
somos odiados por nuestras virtudes y ellas son las que llevan a
buscar nuestros vicios.
1985 / 1991: en mi retorno a Montevideo para los trabajos forzados
de poner en pie lo que se esperaba de la filosofía, nos cruzamos
con prisa en medio de las urgencias del trabajo. Y mi segundo exilio
en Buenos Aires fue entre otras cosas, la posibilidad de ejercer
mi poder -no mi deseo- de evadir la obligación de concursar
por la Inspección en Secundaria. En realidad nunca creí
que la filosofía fuera objeto de enseñanza- Y en el
extremo de mi carrera, era la mejor manera de expresarlo.
Y ahora el final. Desde entonces, cada dos meses viajaba a Montevideo
y cada vez había una ocasión para el intercambio de
libros y para la familiaridad moqueuse (burlona) con que la verdadera
seriedad se rie pascalianamente de la seriedad. Paseabamos por los
aledaños del Parque Rodó bromeando con preguntas que
te venian a hacer del tipo: "¿qué opina Ud. sobre
fulano? ¡Venirme a pedir juicios de conserje! De no reírme
es que no tengo la cara llena de arrugas". Descifrar con opiniones
las relaciones humanas es enturbiarlas. Las claves tienen la ventaja
de decir sin decir y conservar, en suspenso y reversible, la opinión
recíproca. Nos preserva de enunciar juicios decisivos y definitivos
que sólo son verdaderos en el instante.
La nostalgia tiene mala prensa en Montevideo, porque se la confunde
con la melancolía. Gozabamos de una nostalgia dichosa. La
última vez que te ví proferiste, mientras tu ovejero
tiraba de la correa, "¡Carpe Diem, Raúl! Estamos
hablando de aquellos tiempos como los tipos que envejecen. Decime:
¿cómo va tu trabajo? ¿en dónde lo publicaste?"
Dos por tres moría algún colega. Con fastidio irónico
me contabas:
- ¿"Sabes lo que me pasa cuando le digo a la gente este
tipo de cosas?
- ¿Qué?
- Les digo. "¿Sabés quién se murió?
- ¿Quién?, me preguntan
- Fulano de tal - Y fijate, me contestan: -¡No te lo puedo
creer! Mi irritación llegaba al extremo
- Pero entonces, ¿para que te lo estoy diciendo?"
Promediando Diciembre te llamé por teléfono para
concertar nuestro habitual encuentro. Una voz femenina me contestó:
"Mario no esta... falleció." Sentí la indignación
de que nos habías traicionado, y por eso mismo no contesté:
"No puede ser"- Asi como no hay comienzos absolutos, tampoco
hay finales absolutos. Ya lo decía Pascal: "Me buscas
a tientas entre tinieblas, esto significa que ya alguna vez me haz
encontrado"
Por RAUL RUIBAL GUTIERREZ
Buenos Aires, 2 de enero de 2002
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